🗞️ Ecuador y su adicción al poder presidencial


Por: Miguel Cabrera Tobar
A Ecuador le gustan los presidentes con poder. No hay otra forma de explicarlo. La historia reciente nos ha enseñado que, mientras más control tiene el Ejecutivo, más aplausos recibe… al menos al principio.
Daniel Noboa no inventó la fórmula, solo la actualizó. Ganó en las urnas como lo hizo Rafael Correa en su momento, y ahora va por todo: una mayoría absoluta en la Asamblea, decretos por doquier, militares en las calles y una ciudadanía que lo ve como salvador, aunque la democracia tiemble un poco.
Noboa entendió rápido que el miedo vende. En un país sacudido por masacres, secuestros y asesinatos a plena luz del día, la gente ya no quiere explicaciones, quiere resultados. Por eso el discurso de “orden y mano dura” ha calado tan bien. No importa si hay abuso de poder, siempre y cuando haya una sensación —aunque sea ficticia— de que alguien tiene el control.
Ya lo vivimos con Correa: el poder sin límites empieza como una promesa de eficiencia, pero termina como una advertencia de lo que no se debe repetir. El control del Legislativo, la persecución a opositores, las reformas a la medida y la eliminación de los contrapesos institucionales fueron parte del paquete. Y ahora, Noboa, con una Asamblea a su favor y una popularidad en ascenso, tiene todo listo para seguir ese mismo guion, aunque con una estética más joven y menos confrontativa.
La democracia, mientras tanto, queda en pausa. No desaparece del todo, pero se diluye en decretos urgentes, estados de excepción eternos y decisiones que se toman desde arriba sin consultar a nadie. Y los ciudadanos, muchos de ellos cansados y resignados, prefieren no ver los signos de alarma porque “por fin alguien está haciendo algo”.
No se trata de negar que el país necesita orden. Pero creer que la única manera de conseguirlo es concentrando el poder en una sola figura es un error que ya nos costó caro. La mano dura se transforma fácilmente en mano larga cuando nadie pone límites. Y cuando eso ocurre, el retorno al equilibrio es lento, doloroso y, muchas veces, imposible.
Ecuador necesita seguridad, sí. Pero también necesita instituciones sólidas, justicia independiente y ciudadanos que entiendan que entregar libertades a cambio de promesas nunca ha sido una buena idea. Los presidentes van y vienen, pero el daño al sistema democrático puede quedarse por décadas.
La historia está ahí, lista para repetirse. Solo falta que le demos play… otra vez.
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