Serpientes, ranas y monarcas: la guerra química de la naturaleza




Experimentos y años de evolución revelan trucos para neutralizar toxinas mortales.
Los animales han desarrollado tácticas sorprendentes para comer presas venenosas y seguir vivos. Un experimento en la Amazonía colombiana puso a prueba a diez culebras pantaneras reales Erythrolamprus reginae. Tras días sin alimento, se les ofrecieron ranas venenosas de tres rayas Ameerega trivittata. La piel de estas ranas contiene histrionicotoxinas, pumiliotoxinas y decahidroquinolinas que afectan proteínas celulares. Seis serpientes rechazaron la presa y cuatro avanzaron con cautela. Antes de tragar las ranas, las arrastraron por el suelo para quitar parte del veneno. La bióloga Valeria Ramírez Castañeda y su equipo observaron un patrón parecido al de aves que limpian toxinas de sus presas. Tres de esas cuatro serpientes sobrevivieron, señal de que su organismo procesó lo que quedó. La guerra química en la naturaleza lleva millones de años e involucra microbios, animales y plantas. Algunas especies fabrican sus toxinas, como los sapos bufónidos con glucósidos cardíacos que alteran la bomba sodio potasio. Otras hospedan bacterias tóxicas, como el pez globo asociado a la tetrodotoxina. Varias acumulan venenos desde la dieta, caso de las ranas venenosas que comen insectos y ácaros cargados de alcaloides. Los depredadores y herbívoros han cambiado proteínas diana para resistir, tal como insectos del algodoncillo con bombas menos vulnerables. Esa resistencia puede costar eficiencia, y estudios de Susanne Dobler apuntan a soluciones con transportadores ABCB que expulsan toxinas. El escarabajo de lirio rojo parece eliminar glucósidos por el intestino y sus heces incluso repelen hormigas. En las culebras reales el hígado sería crucial, porque extractos hepáticos mostraron protección frente a toxinas de las ranas. Podrían existir enzimas que neutralizan moléculas o proteínas que las secuestran como una esponja, algo visto también en la sangre de ciertas ranas. Ardillas terrestres de California portan proteínas que bloquean componentes del veneno de serpiente de cascabel, aunque la carrera evolutiva sigue abierta. Por eso muchos animales evitan el veneno cuando pueden, arrastrando presas, comiendo partes menos tóxicas o drenando fluidos en plantas de algodoncillo. Otros aprovechan los químicos para defensa, como el escarabajo dogbane y la mariposa monarca, y estudios de Noah Whiteman incluso registran aves como el picogrueso cabecinegro que aprendieron a comer monarcas en bosques mexicanos.
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