Beber un vaso de agua al despertar se vuelve el primer movimiento ganador de la mañana. El cuerpo amanece con menos líquido por la respiración, el sudor y el metabolismo nocturno. Ese vaso de 200 a 300 mililitros repone el déficit básico de hidratación. Muchos notan que la boca seca y el aturdimiento ceden tras esos sorbos iniciales. También se alivia la cefalea leve asociada a la deshidratación ligera. Luego el café llega, y aporta entre 95% y 98% de agua en cada taza. La cafeína tiene un efecto diurético suave, pero en consumidores habituales el cuerpo se adapta. Por eso la pérdida extra de líquido resulta mínima. Empezar con agua ayuda a que la cafeína no irrite un estómago ya sensible por falta de líquidos. Quienes llegan nerviosos al primer espresso reportan menos sobresaltos con esta rutina. La forma práctica es simple y barata. Se recomienda tomar el vaso a temperatura ambiente o ligeramente fresca justo al levantarse. No hace falta esperar un tiempo exacto antes del café. Algunas personas prefieren una pausa breve para activar la digestión con suavidad. Añadir limón o beberla tibia queda como elección personal. El beneficio central proviene del agua pura. Este gesto inicial no reemplaza la hidratación del resto del día, estimada en 2 a 2,5 litros según peso, actividad y clima. Tampoco produce cambios drásticos en el metabolismo ni en la energía, aunque sí mejora cómo te sientes al empezar el día. La EFSA y la Academia Nacional de Medicina de Estados Unidos reconocen café y té como fuentes válidas de hidratación con moderación. Combinar agua al levantarse y café después luce como una estrategia razonable para comenzar bien la jornada sin renunciar al sabor y al impulso de la cafeína.