La incidencia de los trastornos depresivos ha aumentado significativamente a nivel mundial, convirtiéndose en un problema de salud pública de gran magnitud. En este contexto, un factor que suele pasarse por alto en la prevención de la depresión es la dieta.

Investigaciones han demostrado que seguir un patrón dietético proinflamatorio, caracterizado por un alto consumo de alimentos ultraprocesados, ricos en sodio, azúcares añadidos y grasas trans, puede aumentar el riesgo de desarrollar depresión. Este tipo de dieta provoca una inflamación crónica sistémica en el cuerpo, lo que conlleva un deterioro significativo en varios tejidos y órganos y eleva la probabilidad de padecer diversas enfermedades no transmisibles, incluyendo la depresión.

En un estudio longitudinal realizado con 3.206 adultos mayores en España, se evaluó la influencia de la dieta en el desarrollo de la depresión durante un seguimiento de tres años. Los resultados indicaron que aquellos que seguían una dieta inflamatoria tenían el doble de probabilidades de desarrollar depresión en comparación con los que optaban por una dieta antiinflamatoria, rica en nutrientes y componentes bioactivos beneficiosos.

La dieta mediterránea, conocida por su equilibrio y riqueza en frutas, verduras, legumbres, frutos secos, pescado y cereales integrales, emerge como una opción óptima para prevenir la depresión. Este patrón alimentario no solo combate la inflamación crónica, sino que también aporta nutrientes esenciales que benefician la salud mental y física.

Si bien se requiere más investigación para establecer conclusiones definitivas, estos hallazgos sugieren que los hábitos alimentarios desempeñan un papel crucial en la salud mental, especialmente en adultos mayores. Por tanto, es fundamental considerar la dieta como un elemento modificable que puede tener un impacto positivo en la prevención de la depresión.