El inicio de la campaña electoral en Ecuador ya tiene a su ganador... y no, no hablamos de votos, sino del que mejor sabe esquivar las reglas. Daniel Noboa ha demostrado que, cuando se trata de política, las leyes son solo sugerencias.

Primero, el presidente-candidato decidió que eso de pedir licencia para hacer campaña no iba con él. ¿Para qué? Si tiene el respaldo de un Consejo Nacional Electoral que prefiere mirar para otro lado. La Asamblea Nacional, que supuestamente iba a exigirle cumplir con la normativa, terminó haciendo mutis por el foro. Ni una palabra sobre el tema en su última sesión. Todo un ejemplo de autoridad legislativa.

Y mientras Noboa afianzaba su posición, la vicepresidenta suspendida, Verónica Abad, protagonizó su propio episodio de novela. En un video del 4 de enero, hizo un llamado casi épico a las Fuerzas Armadas para que la respaldaran y asumiera la presidencia el 5 de enero. El resultado: ni los militares ni la Policía movieron un dedo. Abad terminó hablando sola, mientras el país seguía como si nada hubiera pasado.

Así, con rivales que no logran ni incomodarlo y un sistema que parece diseñado para su conveniencia, Noboa sigue en el poder, haciendo campaña desde el Palacio de Carondelet. ¿Transparencia? ¿Imparcialidad? Parece que esas palabras no están en el diccionario de esta contienda electoral.

Para añadir un toque de ironía histórica, recordemos que en 2013, el entonces presidente Rafael Correa solicitó una licencia de un mes para dedicarse a la campaña electoral, la cual fue aprobada por la Asamblea Nacional. 

Sin embargo, en 2009, Correa defendió su decisión de no pedir licencia durante su campaña de reelección, argumentando que no era una ventaja ser presidente y candidato simultáneamente. 

Parece que la flexibilidad en la interpretación de las normas electorales es una tradición que se mantiene viva en la política ecuatoriana.

Así arranca el 2025 en Ecuador: con un presidente que juega según sus propias reglas, instituciones que prefieren la indiferencia, y una ciudadanía que observa cómo la democracia se transforma, poco a poco, en un espectáculo político sin igual.